lunes, 30 de marzo de 2009

El espejo de la tele por Héctor Aguilar Camín

Las transmisiones televisivas de los juegos de la selección mexicana de futbol son un espejo involuntario de lo que le pasa a la selección.
Apenas se puede ver lo que sucede en la cancha. La verdadera transmisión consiste en otras cosas:
Una avalancha de anuncios de patrocinadores metidos con calzador en los supuestos momentos muertos del juego.
Una insufrible variedad de repeticiones de jugadas, generalmente con logos comerciales, que terminan mareando y confundiendo al televidente.
Una torturante diversidad de tomas y cambios de ángulos de la cámara destinados a probar la superioridad visual, o la originalidad técnica, de una transmisión sobre la del canal contrario.
Una babélica proliferación de comentaristas que sacan ese día sus mejores galas y construyen un delirio auditivo de su propia invención, sobrepuesto al delirio de la voz del Estadio Azteca, que guisa su propio estruendo.
Desde hace un tiempo, un momento estelar de la afición del Azteca es gritar a coro“¡Puuuto!”, cuando el portero del otro equipo va a despejar desde su meta.
Es el mismo estadio que cuando la selección mexicana juega mal se le voltea y empieza a corear los pases del equipo contrario con resentidos “Ooole”.
El juego está intervenido a tal punto por otros intereses, que termina pasando a segundo plano lo que sucede en la cancha. El juego que transmite la tele es sobre todo el espacio donde compiten anunciantes, medios y aficionados en un espíritu visual y auditivo de discoteque para borrachos, donde no queda un segundo libre sin que alguien lo use abusivamente.
El juego que puede verse por televisión es un espectáculo tasajeado, confuso, hartante y, a su manera, enloquecedor.
El cuento de fondo es que ese futbol de calidad media que vemos en la cancha, no es el nivel verdadero del futbol mexicano, sino la culpa y la responsabilidad exigible de alguien: normalmente el entrenador, a veces los jugadores, que ¡ sacrilegio!, se equivocan. No es que así jueguen, es que alguien los hace jugar así, el entrenador o su temperamento o su vedettismo, siendo ellos mejores de lo que, avaramente, demuestran en la cancha.
Los jugadores han empezado a resentir esta locura y a decirlo, a quejarse de la presión de los medios y de las exigencias caprichosas del público. Ojalá y cierren filas y lo digan de una vez, en defensa propia y en defensa del futbol que apenas puede verse por la tele cuando juega la selección.

No hay comentarios: