miércoles, 17 de junio de 2009

Bendita ilegalidad por David Faitelson

Sumido históricamente en una bendita ilegalidad, que le ha permitido sostenerse como negocio pero que en el campo deportivo ya le está cobrando sus resultados, el fútbol mexicano anuncia con bombos y platillos la firma del último de sus pactos.
Esta vez, un acuerdo para que la familia futbolística --vaya familia-- no se interponga o no estropee los planes del grupo en el poder, que, a pesar de la crisis, el vendaval y la tormenta, sigue tratando de mantener el barco a flote.
El último pacto que firmó el fútbol mexicano sirve para dos cosas: para nada y otra vez para nada, a menos de que sea una nueva manera de coartar la libertad y el derecho de expresarse, algo típico de un imperio futbolístico que empieza a temer su desbalance por la falta de los resultados apropiados.
Don Justino y Don Decio, con todo respeto: ¿para qué carajo sirve un pacto de no agresión cuando el fútbol mexicano está lleno de agresiones en su interior? ¿No habría sido mejor pensar en otro tipo de alternativa o es acaso parte de la propaganda que establece una de las gestiones deportivas más tristes en la historia de la Federación?
"Pacto de no agresión" en un fútbol que permite cualquier clase de irregularidades: Multipropiedad de equipos, control absoluta de una misma empresa, arbitraje al servicio de los intereses de grupos en el poder, promotores sin control ni licencia metidos en la economía de los clubes, la ingerencia directa de las televisoras en la selección nacional y hasta el famoso draft de jugadores, práctica ya común y hasta presumida por el fútbol mexicano.
¿De qué tipo de pacto hablan ahora los brillantes federativos mexicanos? De un pacto que sirva para esconder sus obscuras intenciones, de un pacto que suprima la libertad de reclamar, de un pacto que aplaste la poca apertura y transparencia que el fútbol mexicano se ha ganado superando grandes y pesados obstáculos a lo largo de su complicada historia.
El fútbol mexicano es una contradicción. Siempre parece remar en contra de la corriente de cambio que impulsa al país hacia nuevos rumbos de democracia y de apertura, de libertad, de albedrío. Tapar, esconder y manipular, estimado señor Compean, es y será siempre una actividad más cercana a la tiranía, a la opresión y a la intolerancia que a los nuevos tiempos que exige nuestro país y que también exige nuestro fútbol.
No confundamos las intenciones de nuestros dirigentes futbolísticos. Pensar mal, aquí, es acertar. Firmar pactos no es una manera de cerrar filas, de resolver los problemas y de buscar soluciones. Firmar pactos es una manera de tapar bocas, de coartar, de esconder, de salvar intereses, de proteger grupos. De cuidar al imperio futbolístico, ese que tras los resultados en la cancha, debería irse, renunciar, desaparecer y dejar de joder a este pobre fútbol.

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