miércoles, 20 de enero de 2010

La misma gente

Nos acostumbramos a todo sin apenas darnos cuenta. Nos acostumbramos a la publicidad en las playeras, a que Televisa transmita los juegos de los Pumas (¿o es que alguien se acuerda ya de los alborotos del 97?), al precio de la chela en el estadio y a que no se pueda beber un rato antes de acabar el partido. Nos acostumbramos a la liguilla, a ese absurdo sistema que permite que, sin importar su desempeño en el torneo, cualquiera pueda ser campeón. El octavo lugar del torneo puede llevarse la copa, y esa magia tergiversada y mediocre genera otros muchos vicios.
Uno de ellos es el de los directores técnicos, porque de otra manera no he podido explicarme cómo Tomás Boy, por ejemplo, ha dirigido tres veces al Morelia, dos al Veracruz, una al Tampico, Querétaro, Monterrey, Veracruz y Atlas sin haber ganado un solo torneo en su carrera. Sí, el Morelia quedó en cuarto lugar el torneo pasado ¿y eso para qué sirve?, si también estamos acostumbrados a tener equipos bicampeones que luego están al fondo de la tabla.
El fútbol no debería ser una cosa de suerte, como parece plantearlo la liguilla. Una expulsión y tenemos campeón. Un autogol y tenemos campeón. Un penal mal cobrado, una barrida a destiempo, un madruguete: campeón. Esta zona de indeterminación ha creado fósiles como Tomás Boy; como Carlos Reinoso, cuyo único campeonato fue en el 83/84 con el América, pero cuyo recuerdo le ha permitió encontrar chamba con Tampico, Atlas, Tigres, Veracruz, Toros Neza, León, Atlante, San Luis y Querétaro; o como Rubén Omar Romano, que nunca ha ganado nada pero ha entrenado al Celaya, Tecos, Morelia, Pachuca, Cruz Azul, Atlas, América y ahora Santos.
¿Cómo ha hecho Miguel Herrera para encontrar trabajo en cinco equipos de la primera división? ¿Qué impulsa a una directiva a contratar al director técnico que despidieron cuatro o cinco años antes? (Meza y Cruz Azul, Ferreti y Pumas, Tomás Boy y Morelia, Luis Fernando Tena y Jaguares). Preguntas sin respuesta, a las que también estamos acostumbrados.
Hay dos cosas: confiar en tu DT, apostarle a la continuidad, dejarlo tres o cuatro años y luego echarlo porque no gana torneos; o lo contrario, contratar y despedir a cuanto mesías aparezca prometiendo victorias que nunca llegan. E incluso hay un tercer camino, el peor, el de contratar peleles que digan que sí a todo lo que ordene el dueño (si no fuera por el 2006, Vergara sería el peor director técnico de la historia).
Pero en realidad no pasa nada, porque nuestra tabla es la rueda de la fortuna, y se trata de colarte (el uso del verbo explica todo) a la liguilla porque allí cualquier cosa puede pasar. Y si sucede que eres DT y te echan, no pasa nada, da igual, porque en el siguiente torneo encontrarás equipo, y si no encuentras equipo tu amigo que sí tiene te contratará de asistente (los hermanitos Tena son expertos, incluso si se trata de trabajar como asistente en el equipo que te acaba de correr como DT), y si no para eso está la selección, necesitada siempre de chivos expiatorios desempleados.
Nos acostumbramos a todo, pero cada vez me aburro más de ver las mismas caras de siempre gritando las mismas sandeces contra los árbitros, aunque ahora lleven traje y corbata.

No hay comentarios: